Metro de líneas

Será la falta de costumbre, serán los años que llegan y pasan, será que todo vale con tal de anular los sentidos en ese lugar, pero me gusta leer en el metro.
Llegados a este punto de confesión, no puedo dejarlo así. Lo cierto es que esta perversión que puede significar el placer de la lectura bajo tierra no se queda aquí.
Me gusta observar a quienes leen en el metro. Se abstraen, ignoran los estímulos externos, y se sumergen. Aún más.
Suelo pararme a imaginar qué ocupará su lectura. Qué personajes estará vistiendo y desvistiendo su mente, qué trama recorrerá los escenarios de cada página.
Mantengo la esperanza de que, esta vez sí, acaben ese libro que comenzaron con la ilusión que precede a las grandes historias. Esa que tan rápido se desvanece con las no tan grandes.
Hoy he sentido la tentación de preguntar a un joven que reposaba sobre esa barra amarilla prostituida por tantos. Lejos de traicionar esta manía de hablar demasiado, he pensado en acercarme y pedirle que me prestara esa historia que hacía que sonriera entre líneas.
Pero he seguido leyendo. Que para eso he subido al metro.

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