Vagón silencio

El cielo se ha roto en mil pedazos. Me pido ser la artífice de semejante catástrofe natural y, ya que estamos pidiendo, libre para exagerar.
Las noticias no siempre se sirven en plato de porcelana, pero lo importante es comerlas con determinación, aunque tenga que ser con las manos. Cuánta potencia pueda llegar a adquirir el miedo no es relevante, lo que cuenta es cuántas sonrisas eres capaz de producir por minuto para combatirlo.
No hay mejor generador de poderosas sonrisas que las manos de quien siempre te dirá que estás suave, aunque hayas despertado en un iglú en medio de Andalucía, o que hueles a pequeña, aunque tu humor sea más propio de quien ya presume de un buen catálogo de arrugas. Por eso duele reconocerse gris, sentir que haces ásperas esas manos, que aunque puedas justificarlo jamás deberás utilizar el camino fácil. Porque no se lo merece.
Todo esto es lo que hace el tren más silencioso, y no que hayas cambiado tu billete por uno en el vagón silencio.
Pero no te preocupes, porque la suerte ha querido que, en cuanto desdibujes de nuevo el trayecto, vayas a seguir cantando.
La suerte, bendita y desgraciada suerte.

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