Home, sweet home

Hay lugares en los que jamás te sentirás en casa, por mucho que pegues fotos con celo en las paredes y enciendas tus velas favoritas un par de veces al día. Aunque utilices el mismo juego de sábanas que te acompañó en tu primera aventura en solitario y las laves una vez a la semana con el mismo suavizante que mamá. No importa si te tapas con tu manta de flores ni si abres un tupper con olor a maestría para comer. Tampoco los hogares se construyen por antigüedad ni porque al abrir el portátil veas una foto que habla de abrazos.
Porque un cuarto pequeño con un idioma extraño por banda sonora puede ser tu verdadera casa. Ese lugar donde te sientes extrañamente feliz. Donde el cariño toca tu puerta a diario a través de los nudillos de desconocidos que se convierten en tu familia en 48 horas - y tal vez exagere -. Y sí, puede que parezca enfermizo echar tanto de menos una historia de 90 días. Tal vez resulte complicado de entender que aquel 17 de marzo comenzara la etapa con tinta más permanente que jamás existió y que nueve meses después de haberlo visto por última vez sigas tan unida a él como el día en que lloraste en ese maldito avión. Y es que al llegar a casa junio llovía y tronaba y ahora lo entiendo todo. El país al que tanto adoro sabía que yo ya no era la misma y que esta tierra ya no era mi único hogar



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