ocirínOnírico senuLunes

Cuando era niña dibujaba conejitos y odiaba el disfraz de pirata. Aprendió a moldear flores pétalo a pétalo imitando a su madre y el deslizar de sus manos, delicadas y ligeras mariposas. Lloraba con Bambi hasta perder el aliento y construía ciudades diarias para muñecas con piernas de alfiler. 
Y aunque sigue sin gustarle el disfraz de pirata, las hojas ya cayeron por docenas y la curtida consciencia no es flexible si busca un hueco para soñar. Los hogares de cartón no son un juego y el cervatillo sufre el peso del polvo y el óxido de la edad. 
Tantos golpes esculpieron su historia como manos dispuestas a darle un empujoncito más. Pero quiere ser ella quien coja impulso. Extender sin dudar los brazos y aferrarse con fuerza al producto de aquellos cuentos que desde larva supo inventar.
Cuando finalice el trámite de la realidad.

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