Sin que tiemblen las rodillas

Me deleito leyendo genialidades de artistas de la pluma o del teclado, de aquéllos que saben escribir sin escuadra y cartabón porque les sobran sentimientos. Me recreo en las historias que los arquitectos del verso construyen a diario y regalan a quienes, como yo, disfrutamos imaginando que aún suenan los discos de vinilo y que los amores de película no terminan con créditos y el símbolo del dólar. Algún día mis líneas serán dignas de algún Museo del Prado de las letras; de momento, hoy me doy el lujo de subir otro peldaño.

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