Cuando huele a incienso


Miro por la ventana,
las aceras están mojadas y el repartidor de prensa apenas puede caminar con ese enorme paraguas y el carrito repleto de papel.

Las aceras están mojadas y mi cama aún huele a ti.

Huele a ese incienso que tanto te gusta, ése que huele como la tienda donde me comprabas velas de tres en tres.
Aún me acuerdo de cuando las encendías y así me mostrabas tu cara, con ese color anaranjado y aquellas sombras que la recorrían, pero que dejaban que te brillase la punta de la nariz.
Y, entonces, aparecían tus ojos. Vivos, brillantes, fijos en mí; tan penetrantes que podía sentir cómo me recorrías por dentro, milímetro a milímetro, y sacabas lo mejor de mí.

Voy a dejar de soñarte.

Porque nunca te gustó el incienso,
porque nunca me compraste velas
y porque tus ojos nunca se detuvieron en mí.

Si salieras de mis sueños y te convirtieras en un hola , no dejaría que encendieses incienso e impregnases mis sábanas con tu olor, porque es peor la sensación de echarte de menos cada vez que me despierto que pensar que, en alguna parte, tal vez existas y yo sueñe contigo cada vez que tú enciendes una vela para mí.

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